Alberta Ferretti Primavera Verano 2026 “Romanticismo en la discreción” Historia de RUNWAY REVISTA. Foto cortesía: Alberta Ferreti.
Para la colección Primavera-Verano 2026, Lorenzo Serafini de Alberta Ferretti exploró una visión de la feminidad basada no en el espectáculo, sino en la discreción. En un momento en que la visibilidad se ha convertido en moneda corriente, su propuesta resultaba casi radical: un vestuario para una mujer que se niega a sacrificar su privacidad por atención, que controla su estilo de vida no por miedo, sino por decisión propia. Serafini lo enmarcó como una nueva forma de romanticismo: la intimidad se valora más que la exposición, la autoconfianza más que la exhibición.
La colección se inauguró con siluetas fluidas que parecían flotar en lugar de marchar. Capas confeccionadas en tejidos vaporosos, caftanes lánguidos y dobladillos asimétricos de pañuelo se movían con una serena seguridad. La intención no era llamar la atención, sino sugerir presencia. La estructura se mantuvo —la sastrería sutil bajo drapeados sueltos, cortes disciplinados que anclaban volúmenes fluidos—, pero sin caer en la rigidez. Era un diálogo entre disciplina y desenvoltura.



El color contaba la historia con la misma moderación. Tonos tenues en crema, rubor y arena se desplegaban gradualmente hacia tonos tierra más profundos, acentuados por momentos con azul marino y negro. El final introdujo audaces motivos de leopardo, un recordatorio de que bajo la discreción se esconde una fuerza innegable. No fue un rugido, sino un eco consciente de él.
El homenaje más claro se produjo en los vestidos plisados que cerraron el desfile, evocando la técnica de Mariano Fortuny y canalizando el espíritu de Tina Chow. Chow, recordada por su elegancia sobria y su rechazo a los ornamentos, ha sido durante mucho tiempo una de las piedras angulares de Serafini. Aquí, se convirtió en el emblema de esta colección: la mujer que luce sofisticación sin necesidad de anunciarla.
Serafini también hizo un guiño a la idea de la anfitriona: no la caricatura social de la arribista, sino la mujer que organiza una reunión por el mero placer de la compañía. La comodidad de los caftanes, la ligereza de la gasa, los dobladillos vaporosos evocaban este ritual privado. La discreción aquí no era austeridad; era una especie de generosidad, una negativa a convertir la vida en algo performativo.
Lo que surgió no fue una colección llamativa, ni una que buscara provocar mediante el impacto. En cambio, fue un vestuario de resistencia contra la tiranía de la exposición: ropa para mujeres que prefieren vivir a su manera, sin necesidad de narrarlo. En ese sentido, Serafini nos recordó que el gesto más moderno no es la visibilidad, sino el derecho a la opacidad.
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